Relato seleccionado en el XX Concurso de relatos y cuentos de invierno de IDEAL, 2021
En todos los
pueblos y ciudades de todos los países, a distintas horas, hoy es Nochebuena. Poco
a poco, el cielo se va oscureciendo y en cada calle, piso o casa se enciende
alguna luz.
Protegidos en
sus hogares, se encuentran María, Lucas, Javier y Elena. Es su primera Navidad.
Son bebés de pocos meses que estrenan llantos y risas, babean, muerden o abren
los ojos siguiendo alguna llamada de atención por primera vez en sus vidas.
En el parque,
todavía están Luna, Juan, Moisés y Ángela. Son adolescentes rezagados que
apuran las horas de risas y complicidad antes de cenar con sus familias. Al
pasar, Lola y Carlos se quedan mirándolos. Ojalá su hijo estuviera así,
divirtiéndose en pandilla, y no como un fantasma solitario atrapado por los
dueños de la noche.
En pocos
minutos, el paisaje cambia. Los bordes y los colores de los edificios se
derriten. Y en cada ventana aparece de forma más o menos intensa, cálida o
fría, un fogonazo de luz.
En su
habitación, María ordena los folios sobre los que vuelca sinuosas horas de
estudio y anhela aprobar esas oposiciones tan difíciles.
También ha
sido un día duro para Germán, el tímido cajero del supermercado que solo se desinhibe
cantando con su grupo de música en el pub del barrio.
En el ático,
siempre en todo lo alto, Jennifer, la pija en apuros, estrena piso. Que si
recoloca las cortinas, que mejor la foto junto al árbol, que si no combina ese
tejido con el outfit de esta noche.
Unos metros
más abajo está Alberto, el abuelo bonachón, cargado de años y de soledad,
siempre leyendo en su sillón orejero bajo la lámpara del rincón. Solamente sale
para dar unos paseos al sol y visitar una y mil veces la farmacia.
En el mismo
rellano, Paco, el camionero, mira el reloj de nuevo. Su camión, “El Roto”, ya
ha descansado las horas necesarias y tendrá que salir de viaje a pesar de las
fechas. El transporte no perdona y hay muchas facturas por pagar. Y el gasoil, por
las nubes, refunfuña este señor Scrooge cada vez con más motivos. Se prepara
para ir a la cochera, para buscar el camión, para ver si, de una vez por todas,
su “Roto” encuentra algún descosido.
Rota también
está Lucía. Absorta frente al televisor, no ve las imágenes. Su cabeza solo
reproduce en bucle escalofríos y escenas violentas. No le apetece ir a cenar
con la que todavía es su familia política. ¿Cómo afrontar nueva vida y nuevo
año? ¿Qué se hace después de vivir en el infierno?
En la acera, Said
está sentado en un banco. Ha venido sin rumbo. No sabe si recogerá aceitunas o probará
como camarero si consigue contactar con el señor del autobús que fue tan amable
de darle su número de teléfono. Mientras piensa, el cajero del súper pasa y le
da las buenas noches con balbuceos casi imperceptibles.
Rodrigo los ve
desde el ático. Sale un rato a respirar aire puro, aire a solas. ¡Cuánto miedo
dan las nuevas etapas! ¿Se habrá equivocado? ¡Qué vértigo!
Se fija
también en la persiana de la farmacia de enfrente. La está cerrando Beatriz, la
auxiliar que tiene encandilados a todos los abuelos con su simpatía. El luminoso
verde aparece ahora camuflado entre tantas otras luces artificiales. Cruces,
abetos y regalos de todos los colores vigilan la ciudad. Incluso en los lugares
más inhóspitos y solitarios como en el destartalado hostal de carretera no
falta un “Feliz Navidad” iluminado bajo la grasa veterana de las bombillas.
Tampoco falta un bocadillo gratis para camioneros de servicio en Nochebuena.
En este
momento, se abre la puerta del bloque. Sale Carlos hijo, desesperado, perdido
entre la prisa y el ansia por encenderse un cigarrillo y alejarse del barrio. Tropieza
con Adela, enfermera cansada de horas de hospital, que vuelve con ganas de
cenar con su hija María. Estarán solas, pero no importa. Madre e hija frente a
frente, mirada fundida en otra mirada, en otros ojos más jóvenes pero iguales.
Luz de madre, calor de hogar.
Los Rodríguez,
en cambio, son muchos. Todo es risa y alboroto. Solo Samuel escapa del
jolgorio. Después de mucho insistirle, Lucía ha dicho que se unirá más tarde.
Él sabe que no lo está haciendo bien. Que hay veces que ni él mismo se conoce.
Que hay veces que las cosas se le escapan de las manos. Lo que tiene es unas
ganas locas de coger su moto y volar. Volar lejos. Pero no se atreve. ¡Cuánto
envidia a su hermano Ricardo! Ahí está enfrente, junto a su Ana. Embobados a
pesar de los problemas. Cargados de deudas y de incertidumbre. Seguramente, lo
despedirán en unos días. Pero ahí siguen, como dos tortolitos.
Y en alguna
habitación de este edificio, bajo la luz de un flexo, estoy yo. Leyendo,
escribiendo, pensando en mi cuento de Navidad, buscando endecasílabos sáficos
entre las columnas de cieno que el mundo vomita cada segundo.
A pesar de
todo, a pesar de todos, es Nochebuena. Y durante unos minutos, o menos, quizás
en la brevedad de una mirada o una sonrisa, todos abrirán sus ventanas de luz.
Y en mi barrio, y en el mundo, sin necesidad de electricidad, se trazará una
estrella limpia y luminosa, como la de Belén.
Qué bonito!!
ResponderEliminarMuchas gracias
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