domingo, 14 de agosto de 2022

Al buen tiempo, mala cara

 





AL BUEN TIEMPO, MALA CARA                                                                                14.08.2022

    Todos los veranos buscamos el agua para refrescarnos en playas, piscinas y ríos. Donde hay agua, brota la vida y la alegría, el placer y la relajación. Sin embargo, no siempre somos conscientes de su valor. Abrir el grifo nos parece algo automático e inagotable. En cambio, el agua es un bien escaso para casi la mitad de la población mundial. Es un problema que se avecina y que en otras épocas ya hemos sufrido también en el primer mundo. ¿Alguien recuerda la fuerte sequía de los noventa que llevó incluso a plantearse algo totalmente inviable como evacuar a la población de Sevilla?

    Por otro lado, este verano estamos viviendo en carne propia el insoportable aumento de las temperaturas. Y parece que es lo que nos espera. Se habla de cambio climático y de agotamiento de recursos de un planeta con casi ocho mil millones de personas con fecha de caducidad cada vez más cercana. Pero nosotros seguimos mirando para otro lado.

    Hace unos días el “Financial Times” criticaba la gestión del calor en España y se planteaba si alguien viviría aquí dentro de cincuenta años. Desde fuera, ven que el aumento de temperatura representa una amenaza para el paraíso español. No saben que aquí los temas importantes que implican medidas a largo plazo, como leyes educativas, políticas de fomento de la natalidad o contra la despoblación rural, los abordamos con tranquilidad.

    Siempre creemos que son los demás, los de arriba, los que deben hacer algo. Vemos que los gobernantes se reúnen en cumbres climáticas año tras año para que todo quede en nada o tomen medidas absurdas que rápidamente son carne de meme.

    Leo en Internet la cantidad de petróleo que se gasta en fabricar plásticos, lo que tardan en degradarse o lo contaminante que es la industria textil. Cada prenda vaquera ha necesitado miles de litros de agua en su fabricación. En televisión, se habla de kilos de despilfarro de comida. Y eso, perdonen ustedes, no depende solo de los gobiernos.

    Hay muchas pequeñas acciones que, aunque nos cueste, debemos realizar nosotros: apagar luces, desconectar aparatos, cerrar grifos, separar basura, reciclar, reutilizar, comprar en comercios cercanos, usar transporte colectivo, proteger espacios naturales, no usar plásticos, llevar bolsas reutilizables, etc. La teoría la conocemos bien. Pero si alguien nos ve reparando algo o buscándole una segunda vida, enseguida nos dirán que es mejor tirarlo y comprar uno nuevo por cuatro duros.

    Vivimos de forma lujosa en una sociedad basada en el consumo, el negocio y el despilfarro. Y nadie nos dice ni les dice a nuestros niños la palabra clave: ahorro. Quizá solo en las ecoescuelas. Menudo problema.

    ¿Cómo ser ahorrativo si la sociedad nos impulsa a consumir sin límite? ¿Qué tiene que pasar para que nos demos cuenta de que vamos por mal camino?

    En los últimos días, he visto la luz. Hay un cambio en la gente. Hemos empezado por fin a apreciar el agua. El agua en estado sólido. Andamos como locos buscando cubitos de hielo.

 

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