viernes, 11 de agosto de 2023

El monedero de mi abuela

 






EL MONEDERO DE MI ABUELA                                        11.08.2023

    El monedero de domingo de mi abuela era negro, ovalado como la piedra gastada de un río y ligeramente acolchado. Sin más adornos ni entresijos. No solo era así el de mi abuela, era el de casi todas las abuelas. A los nietos nos gustaba jugar con el cierre hasta suavizar el mecanismo. Un mecanismo sencillo y complejo al mismo tiempo que ella abría con agilidad y con la prisa de una mujer con mil quehaceres. Para nosotros, en cambio, eran dos bolitas metálicas entrecruzadas que nos ofrecían bastante dificultad para poder escrutar el interior. También rastreábamos los bordes y a veces intentábamos meter el dedo si había alguna mínima apertura hecha con el uso. Con estas fechorías a veces nos ganábamos alguna regañina. Si estropearlo estaba mal, extraviarlo era un pecado mayor que nos conducía casi directos a algún coscorrón.

    Cuando conseguíamos abrirlo, ante nosotros aparecía la sencillez. La sencillez eran dos apartados recubiertos por una tela granate. Y en esa sencillez cabía su mundo y nuestro mundo. No había móviles ni tarjetas ni fotografías ni tickets ni post-it. La sencillez era una llave grande, un pañuelo y algunas monedas deslustradas. Un pañuelo blanco con olor a jabón casero, a mujer mayor, a mesita de noche. El de mi abuela olía a misa de domingo, a letanía y a reclinatorio. Vi que el de otras mujeres también encerraba suspiros, preocupaciones, enfermedades o lutos. Bajo el brillo del plástico a veces se guardaban los escasos ahorros para el último imprevisto, para el viaje a la capital, para aliviar penas y más penas. Excepto cuando llegaban las fiestas. Entonces de allí, de más allá del fondo, salían alegrías para todos los nietos. Alegrías en forma de cinco o de diez duros para gastar en baratijas, en petardos o en piruletas. Alegrías llenas de sencillez pero alegrías eternas. El monedero de la abuela era viejo, quizá extraño, quizá feo, un objeto de otra época pero a los niños nos encantaba tanto como nuestra abuela.

    Ahora, muchos años después, lo coge entre sus manos huesudas y temblorosas. Lo mira con extrañeza como si tuviera que hacer un esfuerzo para adivinar su utilidad. Unos días lo llena con lápices o con las galletas del desayuno hasta que le cuesta cerrarlo. Y se ríe. Se ríe desde otro sitio lejano, desde las travesuras infantiles, desde su boca desdentada. Y aplaude. Y canta: “Ahora que vamos despacio vamos a contar mentiras tralará, vamos a contar mentiras tralará,…”. Algunos días vamos al colegio, al mío, al suyo, al que casi no pudo ir. Y ensayamos palabras nuevas y cuentas de multiplicar endemoniadas. Pero lo que más le gusta es llenarlo de fichas de colores. Llenarlo, vaciarlo, ordenarlas por colores, mezclarlas, desordenarlas, tirarlas al suelo, mirarlas con atención o asombro, volverlo a llenar, vaciarlo nuevamente. Cuando lo abre, sus ojos curiosos buscan un tesoro en su interior como si se tratara la cueva de Alí Babá. Al ver tanto colorido se le llena la mirada de fuegos artificiales. Unos días las llama pesetas, otros son reales o perras gordas. A veces son céntimos, a veces son miles. De la pobreza pasa a la riqueza y vuelve con la misma velocidad. Con ellas compramos comida, ropa y hasta regalos. Pañuelos para el cuello, ovillos de lana, zarcillos dorados, colonia con olor a madera de oriente o sabrosos bizcochos de nuestra confitería favorita. Con ellas retamos a la bancarrota del tiempo. Con ellas, abuela y nieta jugamos a saborear los minutos eternos. Con ellas pagamos el insondable y fugaz misterio de la vida.  

miércoles, 9 de agosto de 2023

La UNED, al servicio del héroe

 





LA UNED, AL SERVICIO DEL HÉROE                                                    08.08.2023

    En este tórrido verano en el que nos venden la heroicidad enlatada en versión americana dentro de una caja fucsia, quiero reivindicar a los héroes anónimos, locales, que andan ocultos en nuestras calles y barrios y que, seguramente, mientras los demás descansamos, están trabajando o estudiando.

    Imaginemos que no se llaman Ken o Barbie sino Antonio o María del Mar, por ejemplo. Imaginemos que tienen padres, hijos y trabajo. Imaginemos que madrugan para atender las obligaciones con todos ellos y a lo largo del día van cambiando de tarea sin descanso. Además, han retomado aquella lejana inquietud de mejorar su vida profesional y se ha matriculado en la UNED. Después de todos esos compases de espera que la vida les ha dibujado, ahora quieren obtener el título de bachillerato y andan peleándose con los comentarios de texto, las matemáticas o el inglés. Y esto los obliga a pedirle otro esfuerzo al despertador y ponerlo antes de las seis o a caer dormidos sobre los libros a la una de la madrugada.

    En nuestra sociedad, el conocimiento y el esfuerzo están bastante denostados. El sistema educativo está lleno de defectos y desatinos pero posee la gran virtud de que en el momento en que una persona decida mejorar sus nivel educativo tiene al alcance infinidad de posibilidades e instituciones a su servicio.

    Y una de esas posibilidades la ofrece en los niveles superiores de forma encomiable desde hace más de cincuenta años la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Esta institución que hace un tiempo era rutinaria, asentada sobre casetes y fotocopias, ahora es una realidad viva y rica, que combina presencialidad con tecnología avanzada, materiales modernos y comunidades virtuales. Una institución que acompaña al alumnado adaptándose a su ritmo y ofreciéndole infinidad de servicios. Una universidad distinta enmarcada en el ámbito educativo europeo con el mayor número de estudiantes del país.

    Facultades, escuelas técnicas, centros asociados, centros en el exterior, idiomas, cursos de verano, UNED senior, actividades de extensión universitaria, multitud de grados, grados combinados, másteres universitarios, programas de doctorado, formación permanente, formación en centros penitenciarios y para soldados en misiones internacionales, grupos de investigación, convenios con empresas, proyectos I+D+I, acuerdos de formación internacionales, biblioteca con sello de calidad, orientación y empleo, bolsa de prácticas, oferta cultural y deportiva en abierto,...

    Estos son solo algunos ejemplos. La realidad pueden verla al alcance de un clic o en las propias aulas. Y ahí está Antonio que en estos días sigue preparando ese examen pendiente de septiembre. “Seño, esto a mí esto no me sale”. Lo recuerdo tomando notas y preguntando dudas, quejoso de sus dificultades pero sin cejar en el empeño, tropezando, volviendo a intentarlo y superándose cada semana.

    Estos héroes sí merecen que mis palabras se confabulen para construirles un monumento. Aunque este texto lo entienda a medias y me repita: “Seño, con el texto de esta semana te has lucío” sé que en el fondo de su mirada ilusionada y su sonrisa pícara, lo ha comprendido. Adelante, siempre adelante.