martes, 9 de abril de 2024

CIUDADES ETERNAS


CIUDADES ETERNAS                                                                            07.04.2024

    En las últimas semanas, se ha hablado mucho en Jaén de la estructura y el urbanismo de la ciudad. Por un lado, la polémica sobre la alameda, que espero que la conserven como un tesoro, como un paraíso escondido en el mismo centro urbano y que si la tocan, sea para mejorarla.

    Por otro lado, me ha sorprendido una noticia a contracorriente: la reapertura del cine Alkázar, también en pleno casco histórico, con la finalidad de impulsar el cine independiente, de Jaén y los cortometrajes, esto es, la cultura en el centro, después de años del cierre del Cervantes, el Asuán, el Rosales o el Darymelia. Todo gracias a una productora jiennense, Loklaro Entertainment. Chapó, señores productores.

    Esta noticia me retrotrae a mi etapa universitaria granadina en la que era un placer pasear por las plazas de la ciudad antes o después de ver una película. Un paseo en el que se enredaba la conversación y la película y ambas quedaban atrapadas en los callejones y rincones de la ciudad. Ese ambiente que tan bien plasmó el poeta José Carlos Rosales en un delicioso poema.

    De forma paralela, en las últimas semanas, con los preparativos de la Semana Santa, esta ciudad, como la mayoría, ha hecho limpieza profunda en el casco antiguo y se ha engalanado para el lucimiento de las procesiones y ser un buen escaparate turístico. Y una vez pasadas las fiestas, no sé si es demasiado importante cuidar la estética del lugar que habitamos miles de ciudadanos.

    Observo una mayor sensibilidad que parte principalmente de la ciudadanía. Hay que cuidar cada detalle. Cada detalle cuenta, pero cuenta para todo el año, no solo para Navidad o Semana Santa. Las ciudades son una buena radiografía de sus ciudadanos y también de sus gobernantes. Solo hay que alejarse unos metros del centro, o quizá ni eso, para ver cómo el suelo se parchea de distintos colores o la abundancia de baldosas rotas que provocan tropiezos, salpicaduras o producen una sinfonía de sonidos huecos en cada pisada.

    Las ciudades han ido perdiendo progresivamente parte de su vida y su identidad sustituidas por los centros comerciales. Y lo que queda, además de muchos locales en alquiler, ya no es el comercio local cercano y familiar sino una ciudad dominada por el estereotipo y la franquicia. En todas las ciudades es fácil encontrar el mismo parque temático a través de bares y comercios clónicos a otros en sus antípodas. Da igual dónde estemos. Y cuanto más imitemos a las grandes metrópolis como Londres o Nueva York, más tarjetas de crédito (only card), más cubiertos de usar y tirar y más despersonalización. Una vida hecha de plástico y mentiras en la que solo importa el dinero y no el “Buenos días” o la confianza con el carnicero del barrio. En sentido opuesto se han recuperado, humanizado y embellecido ciudades como Bilbao, donde la industria oscurecía toda lo valioso que en los últimos tiempos han sacado a la luz. No perderemos la esperanza.

    Y luego están las ciudades eternas. Ciudades como Lisboa o Venecia que muestran su belleza y armonía incluso en su decrepitud, en su aceptación serena de la decandencia. Y la más eterna de todas, Roma, que muestra el sentimiento de gran potencia más allá del tiempo. Los romanos de hace más de dos mil años ya tomaron conciencia de que su ciudad perduraría sine die. Y con este cuidado y preocupación la han mantenido hasta hoy. Es el orgullo y el amor propio lo que la hace eterna. Como siempre, es el amor lo único que salva, lo único que nos salva. En ese sentido, todos los lugares históricos queridos y cuidados por sus ciudadanos serían eternos. A eso aspiramos humildemente, a unas migajas de eternidad.