jueves, 17 de julio de 2025

Al fresco

 





AL FRESCO                        14.07.2025

Llevamos varios años con un adelanto importante de las altas temperaturas. La primavera, ese paréntesis efímero, nos llevó a un mes de junio muy duro, especialmente para terminar la etapa educativa. Para el cuarenta de mayo ya nos habíamos quitado todos los sayos y estábamos entregados al abanico, aire acondicionado o ventilador.

El verano tiene connotaciones mágicas debido a que es un período mayoritariamente vacacional, de reencuentros y viajes. Tiene amantes, pero también detractores. Quizás lo idealizamos y nos imponemos la obligación de ser felices entre chapuzones y barbacoas. Es posible que en verano pesen más las enfermedades y los contratiempos ante la suposición de que todos a nuestro alrededor están en el parque temático de la felicidad excepto nosotros. La calor (en femenino, otra vez) agobia y paraliza, genera desasosiego e incomodidad, malhumor y mal olor; condiciona la vida y las actividades rutinarias. Me sonrío al leer el soneto “El verano” del almeriense Diego Alonso Cánovas siguiendo la estela de Quevedo: “Desnudarme, escocerme, estar quejoso/ pálido, denso, antisocial, pasivo…”.

Pero no es un asunto baladí. Para grupos vulnerables como indigentes, trabajadores o personas mayores puede crear problemas de salud importantes o incluso la muerte.

Llámese cambio climático o no, la realidad es que los veranos son cada vez más largos y tórridos. Sin embargo, he encontrado en nuestra geografía lugares y viviendas en los que es posible encontrar la felicidad hecha frescor. Nos empecinamos en vivir hacinados en bloques de pisos en la ciudad, mal aislados, rodeados de asfalto y escasa vegetación, donde tenemos que recurrir obligatoriamente a aparatos eléctricos. Ha circulado por redes sociales una frase lapidaria: el calor que nos sobra, son los árboles que faltan. Solo tenemos que alejarnos unos kilómetros y adentrarnos en pueblos semiabandonados, con calles estrechas, a orillas de ríos y bosques y veremos bajar las temperaturas significativamente. También en esto, el mundo rural tiene mucho que enseñarnos.

En cuanto a viviendas, no conocen el calor en las cuevas en las comarcas granadinas de Guadix-Baza, que tenemos a poco más de una hora de distancia. Y en general, en las casas de pueblo suele haber patios, portales, bodegas, habitaciones subterráneas o muros de medio metro de ancho. Son construcciones que muchas veces hemos despreciado y con ello también hemos ninguneado la sabiduría de quienes las hicieron. Quizá el problema es que vendimos la casa de los abuelos o las destruimos para hacer un bloque de pisos en un pueblo en lugar de restaurarla. Y con ello, hemos llevado a los pueblos lo peor de la ciudad. Quizás no contemplamos la importancia de los pequeños detalles: el lugar de una ventana, la orientación de una vivienda o la amplitud de una calle.

El clima nos obligará a reinventarnos. Para ello, debemos aprovechar la tecnología actual pero también mirar hacia atrás, a la sabiduría milenaria con la que se ha construido la supervivencia. Mientras tanto, les deseo que encuentren un rincón agradable con un botijo cerca y un pueblo donde salir a tomar el fresco.