Anda despidiéndose de los escenarios Joaquín Sabina y hace unos días lo hizo en su tierra, a lo grande. Más de diez mil personas asistieron al concierto. Así fue y así ha sido siempre que “el flaco” se ha subido al escenario. Me llama la atención en sus conciertos la amplitud del espectro de edad del público. Me encanta ver a abuelos, hijos y nietos seducidos por la misma música. Esto pasa con Sabina y con buena parte de la música que hemos escuchado en nuestra casa o en el coche familiar.
También hace unas semanas, armaron revuelo las declaraciones de la influencer María Pombo, en las que se jactaba de ser mecenas de la ignorancia. El tema ha traído ríos de tinta. Lo que me dejó atónita fue descubrir que esta chica es tataranieta de Concha Espina. Si solo conocen ese nombre por la famosa avenida madrileña, investiguen sobre su valía literaria a pesar de las tragedias e injusticias que sufrió. Ninguna escritora española ha estado tan cerca del Nobel de Literatura como ella.
Todo esto me lleva a pensar sobre lo que transmitimos a los que vienen detrás. La influencia familiar es fundamental y, frente a ese legado, nos posicionamos, a favor o en contra, como continuadores o en rebeldía.
Sé de nietos que guardan celosamente las enseñanzas de sus abuelos que, a su vez, estos recibieron de generaciones anteriores. Así han sobrevivido recetas de cocina, técnicas agrícolas, estrategias de supervivencia y todo el bagaje de conocimientos con que contamos hoy día. Nos lo recordó Umberto Eco: “Los viejos se han convertido en la memoria de la especie, contaban lo que había sucedido. […] Hoy los libros son nuestros viejos. […] El que lee vive más vidas”.
Además de los saberes útiles, otras veces también mantenemos vivo y palpitante todo el repertorio de maldades y horrores heredado. Quizás lo que predomina en la actualidad no es guardar información valiosa o perversa, sino que vivimos sumidos en la más absoluta y absurda ignorancia. Nos han adormilado de tal forma que no manifestamos interés alguno por lo que nos rodea, lo que nos ha construido y sobre lo que nos asentamos. Y todo esto se teje con miles de horas de conversaciones. Se asienta en el lenguaje, en la comunicación oral y en los libros. Y así nos encontramos: consumistas hueros, desmemoriados y desprotegidos ante el futuro.
Es posible que en estos días os hayáis matriculado en algún taller de la Universidad Popular. Si habéis elegido el de “Fotografía de paisaje” estáis de suerte. Vais a tener como profesor guía a un rebelde auténtico, el fotógrafo holandés Peter Manschot. En sus talleres, en sus exposiciones y en sus libros, además de sus conocimientos fotográficos, podréis descubrir su amor por la naturaleza, por nuestra tierra y nuestra historia. Y veréis cómo le duele lo nuestro, eso que deberíamos haber conocido, conservado y cuidado. Como María Pombo con los libros de su “tata”. Anda, María, anímate. Como escuchó San Agustín: tolle, lege.
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